Santuario Guadalupano de Zamora en Michoacán.
Fotografía de Ricardo Galván Santana y Francisco Magdaleno Cervantes.

miércoles, 15 de junio de 2011

Personajes de mi pueblo, Ario de Rayón - Concepción Pérez Gómez - Entrevista por Amparo Solís Barragán

Concepción Pérez Gómez
Ejemplo de fortaleza y paciencia

Ario de Rayón, Mich., junio de 2011.‑‑ Originaria de El Llano, municipio de Zamora, Michoacán, a punto de cumplir 92 años de edad, la señora Concepción Pérez Gómez, de diminuta estatura y con las marcas de los años en su rostro, es una persona activa. Se le puede ver muy temprano barriendo el frente de su casa, “haciendo quehacer”, porque no se sienta. Anda de un lado para otro. Es un ejemplo de fortaleza y paciencia.

Viuda desde los 30 años, con seis hijos que mantener, se enfrentó a la vida para poder sacarlos adelante. Nació el 21 de junio de 1919.

Acudí a ella para hacer la presente entrevista, que muy amablemente me concedió.

—¿Qué es lo que más recuerda de su niñez? —le pregunto.
—Que estábamos muy pobres. Teníamos la casa de zacate junto a una higuera, y el cerco era de espinas [de zacate]. Los papás de mi mamá tenían una casa de pared [adobe], luego se vinieron a vivir a Ario y  nosotros nos fuimos a esa casa. Estaba muy amplia, muy grandota.

Se aclara la voz y me dice: “¿Qué más?”

—¿A qué edad se vino a vivir a Ario?
—Me trajeron de seis años. Mis abuelitos, Mónica Martínez Pacheco y Ramón Pérez Toro, me querían tener con ellos, y yo también quería, y me vine a vivir acá. Aquí me crié, porque yo fui muy enfermiza. Y como mi mamá enviudó y después se volvió a casar, pues yo me quedé a vivir con mi mamá Mónica”, [su abuela a quien en lo sucesivo menciona como mamá].

—¿A qué le gustaba jugar?
—A las monitas, a los trastecitos.

—¿Había algo que no le gustaba hacer?
—No, nunca fui marrullera. Todo lo que me mandaban yo lo hacía. Fíjate, a los nueve años, mi mamá me enjuagaba el nixtamal en una ollita que había muy curiosa, le llamaban de a dos. Me la llenaba de nixtamal y me decía: ponte a tortear, y me ponía en el metate a quebrarla, porque pues ¡qué fuerzas iba yo a tener a esos años! O a veces me amasaba la masa y me decía: échate una tortilla mientras voy a un mandado, y como era buena para platicar, a veces alcanzaba a terminar yo cuando ella apenas llegaba”.

Ataviada con un vestido floreado, suéter negro y su inseparable delantal a cuadros, sobresale en su pecho una cadena con la imagen de la virgen de Guadalupe. Sentada frente a la mesa del comedor de su casa, se limpia los ojos con sus manos y presta atención a la siguiente pregunta:

—¿Qué es lo que le gusta comer?
—Frijoles, carne con chile, pan, leche… casi nada —y una leve sonrisa le ilumina el rostro.

Hija de Manuel Pérez Martínez e Ignacia Gómez Oseguera, a la edad de 17 años contrajo matrimonio con José Guadalupe Solís Castro. Procreó seis hijos.

—¿Y cuando se casó hubo fiesta? —le interrogo. Levanta los dos brazos y exclama:
—Sí, pero, ¡ya ni me acuerdo si hubo música!

—¿Le gusta la música?
—Sí, mucho.

—¿Qué canción es la que más le gusta o que recuerda que le gustaba escuchar?
—La Pajarera y otras que ahorita no me acuerdo. Tuve seis hijos: Lupita, Josefa (Pepa), Roberto, Manuel, Socorro y Rafael. ¡Y eso porque me quedé viuda a los 30 años! De esos seis hijos se me murieron Lupita y Rafa”.

—¿Y qué hizo cuando se quedó viuda?
—Hacía quehacer ajeno para ayudarme a la manutención de mis hijos. Torteaba ajeno. Que me salía una lavadita?, y ahi voy a hacerla. Lavar y tortear era lo que hacía.

 —¿Sus suegros no le ayudaban?
—Sí, mi suegro Ramón Solís González me daba un peso diario. Y antes estaba todo barato. Compraba 10 centavos de carne, un litro de leche y les daba de comer a mis hijos hasta donde alcanzaba…Ya cuando Roberto y Manuel tuvieron como siete años, empezaron a trabajar de becerreros con el señor León Manjarrez, y me empezaron a ayudar con lo poco que ganaban.
Yo sufría mucho verlos tan chicos y a las dos o tres de la mañana se tenían que levantar porque antes el transporte era a puro caballo, y como andaban muy lejos con las vacas, pues había que madrugar. Otras ocasiones preferían quedarse a dormir en el cerro donde traían los animales, para no tener que irse tan temprano.
Manuel, como a los 16 años, se enfermó de asma, y lo llevé a México con mi hermana Virginia, a ver si se aliviaba. Parece que le asentó el clima de allá. Se casó y desde entonces se quedó a vivir en México.

—¿Usted nunca pensó en volver a casarse?
—¡No hombre, yo veré! ¿Quién sale de una que se vuelva a meter a otra? —contesta rápidamente con mucha sencillez y cara de sorpresa. Yo decía: yo puedo sacar sola a mis hijos adelante y así lo hice.

Considera que los tiempos de ahora son más bonitos, “porque ahora todo se ve mejor. Antes estaba uno muy pobre”.

Hace algunos años, la señora Conchita fue operada de una catarata que ya le impedía ver con claridad. Tenía miedo de operarse pero sus hijos y nietos la convencieron de que era lo mejor, pues ya casi no veía con un ojo. Después de la operación volvió a ser la mujer activa que siempre le ha caracterizado.

En junio de 2009 le festejaron sus 90 años, ¡y hasta bailó!

6 hijos, 30 nietos, 66 bisnietos y 13 tataranietos ha sido la fructífera cosecha de Conchita.

 Vive con su hijo Roberto y su nuera Salomé. Su hija Pepa, quien vive en Villafuerte, la visita seguido, aunque Conchita siempre está contando los meses que faltan para ver a su hija Socorro, que radica en Estados Unidos  y viene en mayo y diciembre a verla. Su hijo Manuel, ahora pensionado, ya radica en Ario y tiene más convivencia con su mamá después de haber pasado la mayor parte de su vida en el Distrito Federal.



Imágenes:
1. Doña Conchita.
2. Con su esposo, don Guadalupe Solís Castro.
3. Con su hija Socorro.
4. Con su bisnieta Andrea y su hijo Roberto.
5. Con sus bisnietos Eduardo y Monserrat.
6. Con sus nietos y bisnietos en su 90 aniversario.

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